¿A quiénes frecuenta socialmente Jesús? Indudablemente no tiene impedimentos. Los destinatarios de su enseñanza son sobre todo pastores, pescadores, campesinos y jornaleros, como se desprende de la ambientación de sus parábolas; pero también son los hombres de cultura específica y superior, como los escribas y fariseos. Si tiene una preferencia, ciertamente es por los humildes y desventurados: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Sin embargo, no rechaza ni a los jefes de la sinagoga ni a los centuriones romanos. Sabe y afirma que no son los “primeros de la clase” quienes tienen la ventaja de aprender las cosas importantes (Mt 11, 25: “Ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos”). Con todo, no considera perdido el tiempo dedicado a largos coloquios nocturnos con un “maestro en Israel”, como Nicodemo (cf. Jn 3, 1-21).
Sabe y afirma del mismo modo que en la carrera hacia la salvación es grave la desventaja de los ricos, mientras los pobres son ciertamente “bienaventurados”, porque para ellos es más fácil tener el Reino de los cielos (cf. Mt 19, 23-26; Lc 6, 20-25); pero también sabe y afirma que nadie debe caer en la desesperación, ya que todo es posible para Dios, hasta hacer pasar los camellos por los ojos de las agujas (cf. Mt 19, 26). Por otra parte, es innegable, a pesar de las exageraciones populistas, que Jesús mantiene numerosas y significativas relaciones con las personas acomodadas. Baste recordar a José de Arimatea (cf. Mt 27, 57: un “hombre rico”); al propietario de la sala del Cenáculo (Mc 14, 15: “El os mostrará una sala alta, grande, alfombrada, pronta”); a Juana, la mujer del administrador de Herodes (cf. Lc 8, 3)); a la familia de Betania, en la cual María poseía y podía sacrificar tranquilamente de una sola vez, por amor a Jesús, un precioso jarrón de alabastro y un ungüento evaluado en trescientos denarios por un experto como Judas (cf. Jn 12, 3-5).