Una cosa es tener el Espíritu Santo, mas otra es que Él nos tenga a nosotros, que llene nuestro ser completo. Necesitamos no solo la “vida” de Cristo en nuestro interior, sino también el “poder” para expresar esa vida en el exterior. Necesitamos estar “llenos y fluyendo” de esa vida y poder de Dios.
Es posible tener una relación vital con Jesús nuestro “Salvador” y aún seguir siendo cristianos muy débiles. También tenemos que conocer al Señor Jesús como el poderoso “Que bautiza” en el Espíritu Santo. Ésta es nuestra fuente de poder para ser sus testigos vivientes.
Juan el Bautista, “bautizó” a sus conversos en las aguas del Río Jordán. La palabra “bautizar” significa colocar dentro. Los conversos de Juan eran colocados o bajados dentro de las aguas del río Jordán. Sus cuerpos eran cubiertos (inundados) por el agua. Juan utiliza esto como un cuadro o representación de la experiencia del bautismo con el Espíritu Santo del creyente en Jesús:
“Verdaderamente yo os bautizo en agua. Pero Alguien [Jesús] viene pronto que es más poderoso que yo… Y Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3:16).
Jesús habló también de este poderoso bautismo en el Espíritu Santo poco antes de regresar al cielo. Dijo a sus discípulos que necesitarían el poder completo del Espíritu de Dios en sus vidas para ser Sus testigos en el mundo:
“Voy a enviar la promesa del Mi Padre [el Espíritu Santo] sobre vosotros. Así que, esperad en Jerusalén hasta que seáis vestidos [cubiertos] con el poder que procede del cielo…
Porque Juan bautizó en agua, pero pronto seréis bautizados en el Espíritu Santo… Y recibiréis poder después que el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros. Entonces seréis mis testigos…” (Lc 24:49; Hch 1:4, 5, 8).
Y Jesús cumplió ciertamente Su Palabra al enviar la promesa del Padre, porque sucedió en el día de Pentecostés como dijo:
“Y cuando el día de Pentecostés hubo venido, estaban todos juntos en un lugar. De repente vino desde el cielo un sonido como un viento impetuoso y fuerte… Y todos fueron llenos con el Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas o lenguajes que no habían aprendido” (Hch 2:1, 2, 4).
Había muchos judíos en Jerusalén en aquella fiesta de Pentecostés. Pronto formaron una muchedumbre que observaba y escuchaba con gran asombro. Pedro les explicó, entonces, lo que había sucedido. El Espíritu Santo había sido derramado como fue predicho por el profeta Joel. Joel había predicho que Dios haría esto en los últimos días.
(Nota del Editor: Los "últimos días" en este contexto, significan la época que abarca desde la ascensión de Jesús al cielo, hasta su segunda venida a la tierra)
Además, se debió al hecho de que Jesús (a quien los romanos y judíos habían crucificado) se había levantado de entre los muertos y había sido llevado al cielo. Ahí recibió de Su Padre, el Espíritu Santo que fue prometido, el cual, derramó sobre los discípulos que oraban en el aposento alto.
Pedro les habló bajo la unción del poder de Dios acerca de la promesa del Espíritu. Como resultado, los judíos fueron compungidos por el temor y la curiosidad, preguntando qué cosa deberían hacer. Pedro respondió con estas importantes palabras:
“Arrepentios y sed bautizados en el nombre de Jesús para que vuestros pecados puedan ser perdonados. Entonces recibiréis el don del Espíritu Santo. Esta promesa es para vosotros y vuestros hijos. Es para toda la gente en todas partes a las que Dios llama en estos últimos días” (Hch 2:38, 39).