viernes, 5 de febrero de 2010

JESUS A LA LUZ DE LAS TRADICIONES DEL ÉXODO


(La oposición Moisés/Jesús en Jn. 6)

Resumen
En el capítulo 6 de Juan se concentran múltiples referencias a las tradiciones del éxodo y del desierto que tienen a Moisés como protagonista. El discurso de Jesús sobre el pan de vida (vv. 32-58) plantea una oposición entre él y Moisés como mediador de la ley (a la que se refiere el maná en la interpretación judía). Jesús reemplaza a Moisés como palabra de vida. Para reforzar esta idea, el autor trabaja con un conjunto de episodios del éxodo/desierto para recrearlos en un marco jesuánico. La propuesta final, que coincide con la de toda la obra, es una propuesta de vida.


El capítulo 6 del evangelio de Juan es evocado especialmente por el discurso de Jesús sobre el pan de vida (vv. 26-58), y sobre todo por el fragmento redaccionalmente más tardío de los vv. 53-58 al que, tomado fuera del contexto presente, se le da sólo un contenido “eucarístico”. Este largo discurso empero no se entiende sin el conjunto de episodios iniciados por la ubicación geográfica (1-4), y continuados por la multiplicación de los panes (5-15), la caminata sobre el mar (22-25), y la búsqueda de Jesús (16-21), para redondear con la discusión de éste con algunos discípulos (59-66) y la confesión de Pedro (67-71). La fórmula “después de esto” de 6:1 y 7:1, indica que el capítulo entero forma una unidad independiente de los relatos contiguos.
Nos interesa descubrir hasta que punto el autor dc Jn. 6 explora en las tradiciones del éxodo, entendiendo por tales las que se refieren a Ex. 1 hasta Nm. 22, o sea, desde los episodios de la liberación hasta los de la travesía por el desierto, incluyendo el Sinaí En otras palabras, es el tiempo cubierto por la hegemonía de la figura de Moisés con todo su impacto en la memoria posterior recogida en aquella parte del Pentateuco . El tema no es novedoso y los comentarios suelen aludir a los contactos con las tradiciones del Pentateuco , pero no se da una visión del conjunto y por eso se escapan muchas referencias que son significativas, como veremos. Creemos que la contraposición Moisés-Jesús domina en todo el capítulo y que es fundamental no solamente como modelo de relectura sino también como mensaje.

1. La duda sobre la capacidad creativa de Jesús

El episodio de la multiplicación de los panes (y peces) constituye uno de los “signos” que hace Jesús. Los evangelios sinópticos contienen el relato de ese suceso (Mc. 6:30-34; Mt. 14: 13-21; Lc. 9:10-17), no obstante Marcos y Mateo registran por su parte una segunda multiplicación (Mc. 8: 1-10: Mt. 15:32-39). Algunas escenas de Jn. 6 (número de los alimentados y de los panes y peces, así como el de los canastos recogidos) aproximan este relato al de los tres sinópticos. En cambio, la pregunta de Jesús en el v. 5 o la perplejidad de Felipe y Andrés (vv. 7-9), remiten más bien a la segunda multiplicación de Marcos-Mateo. El relata joaneo, con todo, se separa por varios detalles que adquieren sentido dentro, precisamente, de la construcción de todo el capítulo.
Extraña, en primer lugar, que el mismo Jesús siembre una duda al preguntar a Felipe; “¿de dónde (póthen) compraremos panes para que coman estos?” (v. 5). El texto aclara enseguida la intención de la pregunta, que es “tentar (= probar)” a este discípulo. Felipe, efectivamente, entra en duda.


La expresa en una instancia puramente económica, con una argumentación impecable por lo elemental: “Doscientos denarios [el equivalente al salario de más de seis meses] no les bastan (ouk arkousin) para que cada uno tome un trozo” (v. 7).
Para él no hay solución al caso. Extraña esta respuesta en Felipe, ya presentado en 1:43ss con un excelente testimonio sobre Jesús como “aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y los profetas” (v. 45), y que propone a Natanael “ver” a Jesús (v. 46b). Ahora “no ve”. Para colmo se le suma Andrés, hermano de Simón Pedro y uno de los dos primeros discípulos de Jesús (1:40), para aportar otra cuota de duda: “Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; pero éstos ¿qué son (tí estin) para tantos?” (v. 9).
Jesús no contesta con palabras sino con hechos: multiplica los pocos panes y peces, sacia a la multitud de cinco mil y todavía se recogen doce canastas de lo que sobró (vv. 12s). Como para señalar que las dudas no eran fundadas. Estas, sin embargo, ocupan un espacio textual de consideración (cuatro versículos sobre once), y el inicial, haciendo del resto una reacción al planteo de los tres actores del relato.
Ahora bien, la tradición bíblica del maná nos ofrece el trasfondo de esta lectura joanea de la multiplicación. De las dos formas literarias del suceso (Ex. 16 y Nm. 11), es la segunda la que tiene más interés en este caso. Ya en el desierto, los hijos de Israel lloran preguntándose quién podrá proporcionarles carne y pescado como comían en Egipto (vv. 4-5, queja repetida en el v. 18). Más adelante entra en escena el mismo Moisés, argumentando como Jesús sobre “¿de dónde (póthen) voy a sacar carne para dársela a todo este pueblo?” (v. 13), como Andrés sobre el número de gente (v. 21) y la escasez de provisiones (v. 22); lo último con estas palabras:

Si se mataran para ellos ovejas y bueyes, ¿les bastarían (arkései autois)? Si todos los peces del mar se juntaran para ellos, ¿les bastarían (arkései autois)?

En última instancia, es la misma duda sobre quién podrá de los vv. 4-5. Esto es un verdadero desafío para Yavé (v. 23). EI reemplazo del maná por carne roja (los peces desaparecen del relato) se interpreta más como un castigo que como un don (vv. 20 y 33).
Se puede observar que las tres dudas del relato joaneo tienen su equivalente en el de Nm 11 (leído en los LXX para ver mejor las correspondencias lexemáticas). Los textos ya citados son elocuentes al respecto. La pregunta de Jesús en Jn. 6:5 tiene su función literaria (introduce a otro actor, Felipe, con su propia duda) pero sobre todo tipológica, para poner en paralelo a Jesús con Moisés (Nm. 11: 13). Sólo que la pregunta de éste era cuestionadora (vv. 11ss), la de Jesús era apenas para ver la reacción de Felipe (v. 6). Este juego de semejanzas y oposiciones es continuo (hay otros ejemplos en el capítulo que estudiamos) y es parte de la construcción de una relectura tipológica como ésta.

2. Del maná a la carne

Los hijos de Israel reclaman a Yavé carne y peces en lugar del maná que tienen, pero del que están cansados (Nm. 11:6). Yavé les proporciona codornices (v. 31s). En la narración paralela de Ex. 16, el maná y las codornices son parte de un mismo milagro (v. 13) que responde a la queja por carne y pan que no tenían desde Egipto (v. 3, con 8 y 12), aunque las codornices quedan en segundo plano respecto del maná, tema dominante. En Jn. 6 Jesús multiplica los panes y los peces (v. 11), no obstante estos últimos también pasan al olvido (porque no interesan al relato). El episodio es el preludio al diálogo entre Jesús y los discípulos (con los judíos, como en 5:19ss, únicamente en los vv. 41-58). Sólo así se percibe el paralelismo antitético, con la experiencia del desierto. ¿Qué puede significar, en efecto, la frase de Jesús del v. 51: “el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo?”. Es el final del discurso originario del texto (si el fragmento “eucarístico” de 52-58 es un complemento redaccional), y concluye una discusión sobre el sentido del maná. Para adelantar el paralelismo con Nm. 11, hay que señalar que aquí la carne (las codornices) reemplaza al maná. Jesús pasa del pan material (luego, en el discurso, del maná) a su propia carne. El paralelo sin embargo es antitético. La carne concedida a los israelitas se convierte en alimento de muerte a causa de su incredulidad (v. 33 y Salmo 78:30s). La carne de Jesús, que recibe quien tiene fe, es fuente de vida (Jn. 6:51.53ss).

3. Del maná-Ley de Moisés al maná palabra de Jesús

Los interlocutores de Jesús le piden una “señal” que motive su fe (v. 30). Volveremos sobre este episodio de los vv. 28-31. Fijémonos ahora en la respuesta, de Jesús a la afirmación de que “nuestros padres comieron maná en el desierto” (v. 31):

En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio el pan del cielo, sino que mi Padre es el que os da el pan del cielo, el verdadero. En efecto, el pan dc dios es quien baja del cielo y da vida al mundo (vv. 32s).

No hay texto del Pentateuco que haga de Moisés el dador del maná, una acción exclusiva de Yavé. Pero la frase del v. 32 se entiende si se tiene en cuenta que la exégesis rabínica ya había hecho la trasposición maná = Ley, la cual sí fue dada por mediación de Moisés (Ex. 20: 18ss; Dt.5:23-31; 12;1ss) . De esta manera, el texto de Juan 6:32s dice algo asombroso y contestatario, a saber, que si el maná/pan del cielo es la Ley como palabra de Dios, en el presente (en el momento en que habla Jesús) el verdadero maná/pan del cielo es Jesús mismo que baja del cielo (como “carne” según 1: 14: “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”). El texto, efectivamente, “se acuerda” de este pasaje inicial del evangelio. Por eso el uso del presente del verbo “dar” en el v. 32b. Esta “memoria” del texto se completa con 1:17, donde se afirmaba que “la Ley por medio de Moisés fue dada, la gracia y la verdad se realizaron por Jesucristo”. El paralelo en oposición es claro. No obstante 1: 17 habla de una contraposición entre el pasado de la Ley y el presente de la gracia/verdad, mientras que 6:32s niega en cierta manera también el pasado, porque “pan del cielo” es solamente el que en efecto baja del cielo, lo que es cierto de Jesús que viene del Padre (“he bajado del cielo”, vv. 38.41s.51.58).
Esta personificación en Jesús del maná/pan del cielo = carne = palabra, es una manera de reapropiarse de una tradición ya releída de otra forma en el judaísmo contemporáneo del autor del cuarto evangelio. Pero hay mucho más todavía.

4. La fe en el enviado

El gran peso que tiene en el Pentateuco, y luego en la tradición, la figura de Moisés como enviado de Yavé y mediador de su palabra, crea otra senda para las relecturas. Como enviado, Moisés está ligado al proceso de liberación de la esclavitud de Egipto (Ex. 3: 10.l3s; 6: 10-13.29: 7: 1s, etc.). Como mediador, es el protagonista humano de la revelación sinaítica (Ex. 19 a Nm. 10), pero su papel de transmisor de la voluntad de Yavé empieza en el mismo momento en que es “enviado” a comunicar el proyecto de liberación tanto al faraón (Ex. 3:18) cuanto a los hijos de Israel (3:13: “el Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros”; 3:16ss; 4:1.12, etc.). En adelante, Yavé transmite sus decisiones por su intermedio, desde los episodios de la salida de Egipto, durante toda la travesía por el desierto, y en la misma escala final que empieza en Nm. 22: 1. Queda claro, por lo mismo, que el Moisés enviado y mediador de la palabra es un componente vertebral de las tradiciones del éxodo y del desierto. La exégesis judía lo ha explotado en su actualización hermenéutica, y el NT no podía menos que intentar reapropiarse de esta figura prominente. Nuestro capítulo 6 de Juan no lo olvida.
Que Jesús sea el enviado del Padre, está dicho de muchas maneras en su discurso a los discípulos. Así como la misión de Moisés estuvo desde el principio ligada a su aceptación o) rechazo, tanto por los hijos de Israel (Ex. 3:18; 4:31; 14:31: aceptación; 4:1-9; 6:9: rechazo) como por el faraón (7:4 y el relato de las plagas), también la de Jesús. Y así como Moisés produce una “señal” (el cayado convertido en serpiente) “para que crean que se te apareció Yavé, el Dios de sus padres” (Ex. 4:5), los interlocutores de Jesús le piden igualmente una señal (semeion) “para que viéndola creamos en ti” (Jn. 6:30). Este reclamo viene después que Jesús les hubo dicho que “la obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado” (v. 29). El tema del enviado impregna luego todo el discurso (vv. 38.39.44.57). Sin embargo se trata de la fe en él como mediador de la voluntad del Padre (vv. 29.35s.40.47). En este discurso a sus discípulos Jesús es positivo, afirma el valor de la fe en él; en el anterior, a los judíos de Jerusalén (5:19-47), es negativo, les critica su falta de fe en el como enviado de Dios (vv. 38.44.46s). El paralelo con Moisés está siempre en primer plano; su nombre está en la conclusión del discurso del capítulo 5 (vv. 45s) y al inicio del diálogo del capítulo 6 (v. 32). Todo el evangelio de Juan está centrado sobre la problemática de la fe o el rechazo de Jesús como enviado del Padre. En eso consiste la vida eterna, según 17:3. Con ese tema se cierra el libro (20:31, antes de la inclusión del capítulo 21). Ahora bien, es la tradición de Moisés la que proporciona el arquetipo para este querigma.

5. El motivo de la murmuración en el desierto

Luego de escuchar que Jesús es el pan bajado del cielo, como otrora el pan era el maná (6:32-40), los judíos (ya no los discípulos) “murmuran” de él por haber afirmado tal cosa (vv. 41-43). Terminada la contestación de Jesús (44-58), son los mismos discípulos quienes “murmuran” por lo extraño que acaban de oír (60-61). Ahora bien, este es otro motivo típico de las tradiciones del éxodo y del desierto, que por lo demás introduce el episodio del maná en Ex. 16: toda la comunidad “empezó a murmurar contra Moisés (y Aarón) en el desierto” (v. 2). Ellos, sin embargo, aclaran (¡por dos veces!) que la murmuración es contra Yavé (vv. 7.8; sin especificación en 9 y 12). Hay otra murmuración contra Moisés en el episodio anterior (15:24) y en el siguiente (17: 1ss, cf. v.3). En el paralelo de Nm. 11 el episodio del maná se encuentra también rodeado por otros dos que hablan de murmuración delante de Yavé (v. 1 LXX) o contra Moisés (12: 1 LXX). Son numerosos (más de una docena) los casos de murmuración en Éxodo y Números. El tema es importante, pues constituye como una característica que los profetas recordarán muy bien (especialmente Ezequiel: 2:3; 20:4b.8.13.27, etc.). Jn. 6 se ubica en esa línea (como Lucas en el discurso de Esteban, Hch. 7:30.51s), y retoma el motivo de la murmuración para reforzar la tipología Moisés/Jesús.


6. ¿Quién puede ver a Dios?

Cuando Jesús critica a los judíos (en el discurso anterior) por su incredulidad y afirma que “vosotros no habéis oído nunca su voz [la del Padre] ni habéis visto nunca su rostro” (5:37b), se hace un nuevo paralelo con Moisés, de quien se dice que hablaba con Yavé (Ex. 19:19; 33:11: “...cara a cara como habla un hombre con su amigo”, y principalmente Nm. 12:8, en la proximidad del relato del maná: “boca a boca hablo con él, abiertamente y no en enigmas”). En este último pasaje se añade que Moisés “contempla la imagen de Yavé”, que los LXX entienden de la gloria. Nadie ha visto a Dios (Ex. 33:20), tema que retoma el prólogo de Juan (1:18a) y repite Jesús en 6:46 (“no es que alguien haya visto al Padre”, con lo que resalta la exeepción de Moisés y del mismo Jesús (el texto citado continúa: “sino aquel que ha venido de Dios, ese ha visto al Padre”; y completar con 1:18b). En Jn. 6 no se alude al privilegiado de Moisés de ver a Dios, no obstante está en la memoria de los oyentes del discurso. En este caso, no decirlo es otra manera de contraponer las dos figuras de Moisés y de Jesús, sobre todo después de la afirmación del v. 46a que parecería cancelar el caso de Moisés. Sería demasiado provocativo decirlo con palabras.

7. La generación que muere en el desierto

Más de una vez se refiere Jesús a la generación del desierto que murió a pesar de haber comido del maná: “vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron” (6:49): “este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron” (v. 58). Por contraposición, el nuevo maná, que es Jesús mismo, otorga la vida, tema importante en todo el cuarto evangelio (aquí, cf. vv. 33b. 40b.47.50ss). En cambio, la generación del desierto muere por su falta de fe (Nm. 32:13). Así declara Yavé después de las quejas por la tierra esperada:

...ninguno de los que ha visto mi gloria [= en la liberación] y las señales que he realizado en Egipto y en el desierto, que me han puesto a prueba ya diez veces y no han escuchado mi voz, verá la tierra... (14:22s).

De nada les sirvió el maná.
No sucede lo mismo con quienes creen en Jesús; él es el maná que da vida eterna. Una vez más se relee las tradiciones del desierto para destacar un elemento cristológico.

8. El profeta que ha de venir al mundo

Volvamos al episodio de la multiplicación de los panes (y peces) de los vv. 5-15. La gente, que siempre capta sin rodeos los signos de Dios, “ve la señal” que Jesús ha hecho (ese “ver” es más que físico, y parece “interpretar” el hecho justamente como señal). Y hace su propia lectura, recordando la esperanza en la venida del profeta escatológico, así descrito: “este es verdaderamente el profeta que ha de venir al mundo (Ho profétes ho erjómenos eis ton kósmon, v, 14). No se trata de un profeta (como en Mc, 6: 15) sino del profeta, que no es otro que el anunciado en Dt. 18:15,18 como un nuevo Moisés, y que sin duda era objeto de espera como se deduce del mismo cuarto evangelio en la escena de la identificación de Juan el Bautista (1:21b,25b, siempre con el artículo definido como en 7:40b).
No se trata del Mesías, no obstante, por la respuesta de Jesús en el v, 15 parecería en un primer momento que el autor lo identifica con él, como también lo sugiere la lectura lucana expresada en Hch, 3:20-23, Sin embargo se distingue de él en el interrogatorio de 1:19ss, lo mismo que en el testimonio de la gente de 7:40-44. Por eso, por la coherencia de la obra joanea, es mejor mantener separadas las figuras del v, 14 (el profeta) y del 15 (el rey futuro). Cual si Jesús no aceptara ser reconocido como “el profeta” -el nuevo Moisés- ni como rey (esto último sucederá más adelante: 12:13,15; 18:37). Hay que recordar que Moisés es llamado “profeta” en Dt. 18 por su papel de mediador de la torá (la Ley). Pero si no es él quien “dio el pan del cielo” (= la Ley en la interpretación rabínica), y si por ello se opone a Jesús que ahora “da el pan del cielo, el verdadero” (6:32), no es de extrañar que tampoco el título del Moisés, “profeta”, le interese a Jesús. No estamos seguros de esta interpretación, más creemos que es posible en el contexto del capítulo 6.

9. El espíritu de Moisés repartido

El relato de Nm, 11 no se centra propiamente en el maná, como se acostumbra afirmar, sino en la donación a los setenta ancianos del espíritu de Yavé que está en Moisés. El motivo del maná es solamente introductorio al del espíritu (cf. vv. 10-15), con el de las codornices como cierre (castigo) en los vv. 31-33. La repartición del espíritu tiene que ver aquí con la aptitud para conducir al pueblo (v, 17b). El Pentateuco no señala en ninguna parte cuándo recibió Moisés aquel espíritu. La tradición posterior se encargó de llenar esa laguna textual; el dato es recogido en una hermosa oración por la liberación conservada en la redacción final del libro de Isaías, en 63:7-64: 11. Allí se recuerda a Yavé sus prodigios antiguos para que los renueve; en un tramo de la plegaria escuchamos:

Se acordó de los días antiguos, de Moisés su pueblo. ¿Dónde está el que los hace subir del mar, y a los pastores de su rebaño?¿Dónde está el que pone en su interior [de él] su espíritu santo?, el que hace marchar a la diestra de Moisés su brazo resplandeciente, el que hiende las aguas ante ellos para hacerse un nombre eterno...? El espíritu de Yavé los hizo descansar. Así guiaste a tu pueblo, para hacerte un nombre espléndido (vv. 11-14).

El texto hebreo no es claro en algunos momentos, pues parece retocado por lo singular de la tradición allí recuperada. No obstante se puede deducir que Moisés recibe el Espíritu Santo de Yavé en el paso del mar. También Jesús recibe el Espíritu antes de pasar el Jordán, según Jn. 1:32s (en el v. 28 Juan esta bautizando del otro lado del río, pero luego Jesús aparece de este lado). Se da nuevamente la tipología Moisés/Jesús. con preeminencia de éste que llega a la tierra de la promesa (no así Moisés. como se sabe). A esta luz puede entenderse mejor la referencia al espíritu en 6:63 como “el que da vida”, e identificado con las palabras del propio Jesús que “son espíritu y vida”. Únicamente Juan describe el acto de morir Jesús con la expresión “entregó el espíritu” (10:30). ¿A quién lo entrega? Al Padre, que luego lo dará a la comunidad de los discípulos (14:16s.26). ¿No se esconde en estos pasajes la tipología Moisés/Jesús con el motivo del espíritu repartido sobre los ancianos o sobre la comunidad nueva? En 6:63 se anticipa este don del espíritu, visualizado en la palabra del propio Jesús.

10. La recolección de lo sobrante

En Jn. 6: 12 Jesús ordena recoger los trozos dc pan sobrantes “para que nada se pierda”; de allí se llenan doce canastas (v. 13). ¿Por qué una orden de Jesús? ¿Por qué la expresión “para que nada se pierda” (ambos elementos ausentes de la tradición sinóptica)? Hay que remitirse nuevamente a la narración del maná para entender este lenguaje. EI verbo “se saciaron (eneplésthesan)” (v. 12a) se encuentra asimismo en Ex. 16:3 como sustantivo (eis plesmonén, “hasta la saciedad”), aunque aquí se refiere a la carne y al pan que los israelitas comían en Egipto. Es preferible ver en el acto solicitado por Jesús una equivalencia con la orden de Yavé transmitida por Moisés de recoger una medida de maná como memoria futura de que “os alimenté en el desierto cuando os saqué del país de Egipto” (v. 32; en una forma más cultual, vv. 33-34). Las doce canastas (como las doce piedras transportadas del Jordán cuando su travesía, ver Jos. 4) serán una señal, para el nuevo Israel, del gesto de bondad hecho por Jesús. Si esto es así, están nuevamente en paralelo Moisés y Jesús en el marco de la tradición del maná del desierto.

11. La travesía del mar

Retrocedemos ahora al comienzo del capítulo 6. Lo ya expuesto acerca de las distintas relecturas de las tradiciones del éxodo y del desierto centradas en Moisés, nos sugiere seguir la búsqueda. Una primera sospecha surge de la mención no esperada de la pascua, “fiesta de los judíos”, en el v. 4b. El lector sabe cuán importantes son las fiestas en el cuarto evangelio para contextualizar los “signos” de Jesús (2:15, pascua; 5:1, ¿pentecostés?; 7:2, carpas o tabernáculos; 10:22, dedicación; 11:55 y 13: 1, pascua). La de 6:4 no tiene equivalente en los sinópticos, ni tiene su correspondiente subida a Jerusalén (ver 2:13; 5:1; 7:10), Se han buscado varias explicaciones, algunas bastante rebuscadas. Lo más simple es pensar que para Juan no podía faltar la mención de la pascua en un relato tan cargado de “memoria” de las tradiciones del éxodo y del desierto. La pascua arquetípica (Ex. 12) es la fiesta de “despedida” de la tierra de Egipto; es en la misma noche de la celebración cuando los hijos de Israel salen de ese país (cf, 12:42, un pasaje que en el targum es ampliado con la lista de las cuatro noches sagradas de la historia salvífica). De la fiesta van al mar para cruzarlo (14:1ss).
Ahora bien, en Jn. 6 se usa cuatro veces la fórmula “al otro lado del mar” (vv.1.l7.22.25). Se trata del mar de Galilea o lago de Tiberíades (v. 1). Jesús lo cruza, parece que hacia la ciudad de Tiberíades (ver el v. 23): luego sube a la montaña (v. 3). Desde allí pronunciará su discurso sobre el pan de vida. ¿Por qué estás tres referencias, en sí insignificantes, a la travesía del mar, a la subida a la montaña, a la proximidad de la pascua? ¿No podía ser una memoria del itinerario de los hijos de Israel dirigidos por Moisés, quien luego sube a la montaña del Sinaí para recibir la ley?
Sin embargo esta tipología es más significativa en el episodio de la tempestad calmada, si podemos llamar así a la nueva travesía de Jesús en dirección contraria, hacia Cafarnaún (vv. 16-21). La escena es narrada también por Marcos (6:45-52) y Mateo (14:22-33), en ambos casos en el marco de la multiplicación de los panes (explícitamente en Mc. 6:52), como en Juan, lo que debe obedecer a una tradición muy antigua.
Pero en Juan el tema del relato no es, como en Marcos y en Mateo, el miedo de los discípulos ni su salvación de la tempestad (motivos que quedan en sordina), sino la presentación de Jesús como “yo soy: no tengáis miedo” (v. 20). Esta fórmula de identificación es propia de Juan: yo soy el Mesías/la luz/el camino/la vid, etc. (4:26; 6:35.48.51; 8:12; 10:7.11; 11:25; 14:6; 15:1-5; 18:5,6.8), y su usa en forma absoluta en 8:28 (“...entonces conoceréis que yo soy”) hace pensar en la autopresentación de Yavé en Ex. 3:14 (que hay que leer con 6:2-8, donde “yo soy Yavé” aparece cuatro veces, como “conoceréis que yo soy Yavé” en el v. 7).


Consideradas en conjunto estas asociaciones literarias, parecen sugerir que el Jesús que domina las aguas caminando sobre el mar reedita el gesto de Moisés (de Yavé en realidad) de hacer pasar el mar a los hijos de Israel. La tradición de la tempestad calmada impide un paralelo más exacto, no obstante no es la concordancia lo que importa, sino la apropiación del acontecimiento antiguo: el protagonismo de Moisés (con Yavé) es ahora el de Jesús (identificado a Yavé por el “yo soy”). De cualquier manera, lo que permite estas asociaciones es el motivo de la travesía del mar, recordado cuatro veces.

Conclusiones

Jn. 6 explora en las tradiciones del éxodo y del desierto, donde la figura de Moisés es protagónica, para releerlas creativamente en función de Jesús. Para el autor del cuarto evangelio no se trata de un juego de asociaciones puramente literarias. En toda esta obra se decide la fe en Jesús como nuevo Moisés (lo que implica reemplazar al primero). No es la Ley antigua, del que Moisés fue mediador, c1 “verdadero” pan del cielo, sino la nueva Palabra del Padre mediada por Jesús, más aún: que es “carne” (1:14), o sea, él mismo.
¿Qué relevancia hermenéutica puede tener esta cuestión así presentada? Hay que advertir que es todo el evangelio como obra literaria el que transmite una intención querigmática, centrada en la fe en Jesús como enviado del Padre que da la vida al mundo. Ya no basta pasar por Moisés, asociado íntimamente a la Ley y como tal incrustado profundamente en la memoria colectiva del judaísmo. El acontecimiento nuevo de Jesús no podía entonces ser interpretado y valorado fuera de ese contexto religioso. El recurso de la relectura de las tradiciones sobre Moisés resulta el único eficaz porque no se las suprime, sino que se las prolonga y recrea, recuperándolas sobre todo a nivel simbólico (por su carga de sentido). Al trabajar sobre el capítulo 6 de Juan se tiene la sensación de un agotamiento de la figura de Moisés por su asociación a la Ley, y de una recuperación de la vida por medio del mensaje nuevo de Jesús. Y por ahí existe una buena pista para nuestra propia relectura del texto bíblico en este tiempo en que se mata la vida en todas sus manifestaciones. El evangelio de Juan es el evangelio de la vida. No es la fe lo más importante, sino aquello a lo que ella conduce. Esto se halla dicho en el discurso del capítulo 6 (v. 47: “el que cree tiene vida eterna”), y es la propuesta de todo el libro (20:31: “...para que creyendo tengáis vida en su nombre”).

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